¿En qué consisten las Entrevistas imposibles?
Se trata de una sección donde cada mes, yo –Fran Figueiral, diagnosticado con TAB tipo 2 y escritor en ciernes-, converso con un personaje famoso de la historia que también ha tenido Trastorno Bipolar, en cualquiera de sus tipos.
Antes de escribir cada ‘Entrevista imposible’ trataré de empaparme todo lo posible con la psicología del célebre personaje, mediante: documentos, biografías, acontecimientos registrados, entrevistas, notas de prensa, su propia obra (si la tuviese), etc.
Así, con la mente influida por todo lo que haya podido aprender, me imaginaré cómo podría haber sido mantener una breve charla con esa persona, y os lo contaré.
Por supuesto, esto no deja de ser un juego. Un juego de imaginación que me resulta divertido hacer y que, espero -¡y ojalá!- a vosotros y vosotras os guste también leerlo.
El personaje de este mes:
Como algunos ya os habréis dado cuenta -más que nada porque lo pone arriba, en letra gigante y negrita-, hoy vamos a entrevistar a Charlie ‘Bird’ Parker, saxofonista y compositor nacido en Kansas City, USA, en el año 1920.
Sin duda, si hablamos de artistas malditos, si hablamos de genios creativos y atormentados; al lado de personas que se nos pudiesen ocurrir, como Van Gogh o Tchaikovsky, haríamos bien en incluir al bueno de Charlie Parker.
Mientras que, en su vida personal, se sucedieron episodios repetidos de profundas adicciones a varias sustancias e ingresos en el Hospital Psiquiátrico de Camarillo State por múltiples crisis relacionadas con su Trastorno Bipolar; en el escenario revolucionó el Jazz de los años ’40, hasta el punto de inventarse un género nuevo: el bebop.
Así qué, compañeras y compañeros, a continuación;-y gracias a la magia del arte literario- me dispongo a pasar unos minutos con esta leyenda de la música. ¡Uf! Qué nervios.
La entrevista a Charlie Parker:
Llegué puntual a la cita y me encontraba un poco nervioso, pero abrí mi cuaderno y comencé a escribir.
Habíamos quedado en un sitio inefable. Resultaría complicado explicar cuál era su ubicación exacta, pero tened por seguro que estaba en algún lugar de mi imaginación.
Había una habitación con paredes oscuras y un par de lámparas colgaban del techo proyectando sobre dos grandes sillones, uno frente al otro, su tenue luz amarillenta. Si le hubiese añadido humo de tabaco y algún músico improvisando jazz –Dizzy Gillespie, por ejemplo-, creo que sería similar a los antros que el personaje al que espero frecuentaba habitualmente. Ojalá le guste el sitio.
Me senté en uno de los dos sillones a esperar. Al juntar mis manos sobre mi regazo noté que las tenía empapadas de sudor. Traté de secarlas contra mi pantalón y, al hacerlo, noté que también me temblaban los pies. Maldita sea, y tenía un extraño tic en el ojo izquierdo. Siempre me pasa esto cuando me pongo realmente nervioso.
«No todos los días uno le hace una entrevista al mayor genio de la música jazz que jamás ha existido». pensé. «Sobre todo si lleva 65 años muerto».
Reía para mí, creyendo que eso había sido un poquito ingenioso, cuando el ruido de un portazo me devolvió a la realidad. La realidad del sudor en las manos, los temblequeantes pies, el extraño tic del ojo izquierdo y la presencia de un artista al que admiro demasiado entrando por la puerta.
—¡Hola muchacho! —dijo un señor muy alto, embutido en una gabardina, coronado por un sombrero fedora y con unas manos gigantes que se acercaban a mi demasiado rápido.
—Eh… ho… hola señor Parker. —dije, como pude, y temiendo que el gesto de su mano significase que quería estrechar la mía.
—¿Que pasa? ¿No me quieres dar la mano?
«Qué vergüenza…» pensé.
—Perdone, señor, —le enseñé las palmas de mi mano en un gesto que, desde fuera, bien podría parecer el de un delincuente al que acaban de pillar cometiendo un delito — estoy sudando demasiado y…
—¡Fantástico! —dijo agarrandome la mano con firmeza. —Si yo no dejaba un charco de sudor en el escenario no me sentía realizado. Si sudas es porque te tomas esto en serio. Me gusta.
Sonreí aliviado.
—¿Empezamos? —dijo, y se sentó enfrente de mí. —¿Qué quieres saber?
Me acomodé en el asiento, carraspeé un poco y, por último, me atreví.
—¿Ha sido usted feliz?
—Empezamos fuerte, muchacho.
—Bueno, sabías a lo que venías. —dije, envalentonandome un poco.
—Me gusta. —dijo mirándome fijamente a los ojos pero manteniendo su serio semblante — Pues, respondiendo a tu ambiciosa pregunta, a veces sí. Digamos que he tenido destellos de felicidad, como explosiones en medio de un desierto. ¿Sabes?
Asentí. No supe muy bien el porqué, pero había entendido a la perfección aquella imagen que había planteado Parker.
—Pero, claro, —continuó. —tardé muchos años en nacer de verdad.
—¿Muchos años en nacer? ¿Cómo es eso?
—Sí, bueno… digamos que viví sin vivir hasta que nací, y ahí empezaron los destellos, y el desierto.
—¿A qué te refieres? ¿Qué sucedió?
—Sucedió la música, muchacho. Para ello tuvieron que pasar muchos años practicando con el saxo a diario, 15 o 20 horas cada día. Los vecinos se quejaban a mi madre todos los días, pero nunca me lo negó. Y, un día, de repente, lo descubrí.
—¿El qué? ¿Qué descubriste? —dije, y él sonrió levemente.
—Cómo comunicarme con el saxo. No se si esto lo leerá algún músico… —dijo, e hizo una pausa. —Básicamente, me di cuenta de que usando las notas agudas de los acordes como líneas melódicas, y usando correctamente la progresión armónica, podía tocar lo que escuchaba dentro de mí. Tardé muchos años en encontrar algo tan sencillo, pero fueron necesarios todos ellos. Y entonces nací. Entonces nació Charlie ‘Bird’ Parker.
—¿Y antes de eso?
—Bueno, antes de eso todo fue demasiado aburrido. ¿Sabes a lo que me refiero? —llevó la mano a su mentón. Parecía estar buscando las palabras precisas antes de continuar. —Man, escucha. Hasta que uno no aprende a expresarse ante el mundo es muy difícil que el mundo le exprese algo atractivo. ¿Me entiendes?
Yo asentí. Charlie apoyó sus codos sobre sus piernas, y continuó hablando.
—Hay que mantener un diálogo con la vida para vivirla, sino uno no entiende un carajo de nada.
—¿Entonces empezaste a vivir cuando dominaste el instrumento?
—No. Dominar el instrumento es cuestión de tiempo. Aquellos años de repeticiones mientras los vecinos se quejaban, ¿recuerdas? No. Empecé a vivir cuando, después de aprender los acordes, los olvidé todos para empezar a usar los míos.
—¿Los tuyos?
—¡Claro, chaval! —dijo Charlie, y se reclinó hacia delante como si fuese a contarme un secreto. —La música es tu propia experiencia, tus propios pensamientos, tu sabiduría. Si no lo sientes, entonces no va a salir del cuerno de tu saxo.
—¿Cree que se puede expresar todo con el arte?
—Yo pienso que sí. Todos te dicen que hay un límite para la música, que todo lo realizable está acotado por las limitaciones del lenguaje. Pero, hombre, el arte siempre se las ha ingeniado para romper los límites que se le imponen. ¿No crees?
—Es posible… —dije de una forma poco convincente, pues me estaban viniendo imágenes mentales de todas esas ocasiones en las que no me sentí capaz de expresar lo que quería con palabras.
—¿Qué ocurre? —preguntó, y su voz me sacó de mis pensamientos.
—No, nada, disculpa. Continuemos. —dije, y pensé un instante. —¿Y si no existiese la música?
—¡Pero la música existe! —dijo, y soltó una carcajada. —Y debemos estar agradecidos por ello.
—Ya, ya. Pero, ¿y si no existiese?
Charlie se frota el mentón ligeramente con los dedos y me mira.
Su semblante es muy serio, pero se aprecia un brillo en sus ojos que me hace pensar que en su cabeza hay una verdadera fiesta de sentimientos y pensamientos que juegan a ver cuál sale primero.
Al cabo de unos segundos empezó a hablar.
—Me pides que me imagine un mundo sin colores y la primera acción a realizar que me viene a la mente sería reventarme la tapa de los sesos, man. Tal vez eso sería lo más sensato… —dijo y, acto seguido, movió sus ojos ligeramente hacia arriba, en lo que aparentaba ser el descubrimiento de algún brillante hallazgo en su mente. —Aunque, en realidad, joven, lo más sensato si no existiese la música sería inventarla.
Sonrío sabiendo que, en cierta medida, él la inventó.
—¿Qué es el bebop, Charlie?
—Si quieres saber lo que es el bebop, lo mejor es escucharlo. Para ti será lo que te transmita, para mí es lo que quiero transmitir. —dijo, e hizo una pequeña pausa. —Lo que sucedió con el bebop es que estuve durante unos cinco años improvisando sobre un estándar de Jazz llamado Cherokee, una y otra vez, hasta que di con él. ¿Te vale como respuesta?
—Eh… Claro. Es su respuesta, a mi me vale.
—Ey, man. ¡Espera! —Charlie levantó la mano, como cuando un niño pide permiso para ir al baño en el colegio. —Tengo una mejor: el bebop es tocar claro y enfatizar las notas bonitas. ¡Solo eso! —dijo, y comenzó a reír.
Yo también me reí hasta que la puerta que estaba a su espalda se abrió, y de ella salió una voz que dijo «Le quedan 5 minutos, señor Parker.»
Charlie me miró, y yo asentí.
—Muy bien. —dije, inclinándome hacia delante con rapidez, como si así fuese a aprovechar el tiempo al máximo. —Señor Parker, antes de terminar me gustaría hablar con usted del tema de la salud…
Charlie dibujó una burlona sonrisa en su boca.
—¿Salud? Estoy muerto, muchacho. No tengo de eso.
No pude evitar volver a reír. Pero -¡maldita sea!- había prisa, traté de recomponerme como pude y continué.
—Me refiero a…
—Ya, ya. —me interrumpió. —Te refieres a mi consumo de drogas y mis dolencias mentales. ¿Verdad?
—Sí, así es. En mi época a su dolencia mental se le llama Trastorno Afectivo Bipolar, el cual yo también tengo diagnosticado, por cierto. Creo que en la suya se llamaba Psicosis maniaco-depresiva. ¿Correcto?
—Sí, en efecto. O maniacodepresión a secas. Pero suena mucho menos perturbador lo vuestro, enhorabuena a vuestra generación por ello. —dijo, haciendo una seña de ‘ok’ con su mano izquierda.
—¿Ha sido difícil vivir con ello?
—Difícil es la vida para todos, man. ¿Más por la maniacodepresión? No, muchacho, no lo creo. O, al menos, las dificultades de mi vida han sido por muchas mas razones, además de esa.
—¿Cómo lo descubrió?
—Bueno, fui ingresado varias veces en un hospital y allí pude entender de qué iba esta película. ¿Sabes?
—Entiendo.
—Al salir de allí, salí conociéndome mejor y creo que los años posteriores fueron los más fecundos en cuanto a mi creación artística; pero también en mi vida personal.
—¿Tú cómo convives con… ¿Como era? ¿Bipolar? —continuó Charlie.
Sonreí.
—Trastorno Afectivo Bipolar. —le dije. —Bueno. Digamos que estoy aprendiendo cada día un poco más a convivir con ello. Por suerte, en esta época hay bastante información. Intuyo que más de la que había en la suya.
—No lo dudes.
—De hecho le estoy haciendo esta entrevista para publicar en un blog… —al ver la cara de extrañeza de Charlie, rectifiqué. —un espacio donde nos reunimos muchas personas diagnosticadas con el trastorno. Nos ayudamos, nos cuidamos, nos informamos, compartimos experiencias… Hay gente muy linda allí, ¿sabe?
—Eso suena bien. Eso suena muy bien. —dijo Charlie, sonriendo.
La puerta que estaba detrás del señor Parker se volvió a abrir y la misma voz de antes dijo:«Le quedan dos minutos, señor Parker».
Se cerró de nuevo. Miré a Charlie e hizo un gesto con su mano para que continuase.
—Bien, Charlie. ¿Y que me puede decir del consumo de drogas?
Charlie aspiró profundamente.
—¡Qué te voy a decir, man! Se sabía muy poco de ello y era muy sencillo hacerlo.
—Usted fue adicto mucho tiempo.
—Sí, así es. Desde muy joven hasta la muerte, me temo.
—¿Por qué? ¿Le ayudaba para crear su música?
—No, para nada. —dijo, muy serio. —Tal vez, al principio, pensaba que sí; pero todo el mundo lo pensaba. ¿Sabes? Existía la idea general de que las drogas te hacen mejor músico pero eso es absolutamente falso. El músico que piense que drogándose va a ser mejor es estúpido o mentiroso. Yo… —respiró hondo. —Yo he sido adicto mucho tiempo porque cuando me di cuenta ya no podía parar.
—De acuerdo…
—Un momento, muchacho. —me interrumpió Charlie. —Si esto lo va a leer alguien, en ese sitio… ¿Broj has dicho? Da igual. Si alguien que lea esta entrevista se plantea este tipo de cuestiones sobre las drogas y el arte; que sirva mi ejemplo, man. La adicción a drogas nocivas y mortales solo te lleva a perder esos años tan valiosos que podrías estar empleando en hacer crecer tu obra. Yo ahora querría estar haciendo sonar el cuerno de mi saxo, y no puedo, he quemado mi tiempo demasiado rápido. Ténganlo en cuenta.
—Gracias Charlie.
Charlie asintió en el instante en el que, de nuevo, se abrió la puerta por la que había entrado, a su espalda.
—Creo que tenemos que ir acabando, chaval. —me dijo. —Lanza tu última pregunta.
—Si es lo último que le voy a poder decir prefiero que no sea una pregunta. —me recliné hacia adelante—. Gracias Charlie Parker. Le quiero dar las gracias por el regalo que le ha hecho a la humanidad con su música.
Charlie dibujó una sonrisa. Pude notar como chisporroteaba levemente el brillo de sus ojos y quise pensar que le habían emocionado un poco aquellas palabras. Se levantó y me extendió la mano. Yo me levanté y le abracé. Charlie se echó a reír, dándome palmadas en la espalda.
—¡Vale, vale, muchacho! —dijo, y reía. —Ha sido un placer.
Unos segundos después hubo que dejar de abrazarse y Charlie se dirigió hacia la puerta entreabierta que había detrás se su sillón.
—Por cierto —dijo, parándose en el marco de la puerta. —He visto la película que ha hecho Clint Eastwood sobre mí, y me ha gustado mucho. ¡Se la recomiendo!
Y Charlie cruzó el umbral mientras se reía. Poco a poco se esfumó en la oscura nada del otro lado, y sus carcajadas se esfumaron con él.
Entonces, dejé de escribir y cerré mi cuaderno.